LA LECTOESCRITURA TÁCTICA
POR JUAN ANTONIO MORENO
Cuando hablamos de la experiencia lingüística nos estamos refiriendo al habla y a los procesos de lecto-escritura que no solamente implican al hecho de aprender a leer y escribir en edades tempranas, sino también a los factores cognitivos, perceptivo-motores, madurativos y sociales que influyen en la adquisición del lenguaje en sus distintas dimensiones de hablar, leer y escribir.
En las últimas décadas el concepto sobre la lecto-escritura y su enseñanza comienzan a poner en tela de juicio tanto los modelos didácticos, como las ideas que se tenían del propio procesamiento de información a nivel interno en el sujeto que aprende. Sin entrar en polémicas teorías ni apuestas metodológicas de enseñanza, decir que los mecanismos cognitivos del habla, leer y escribir, estando relacionados funcionan de diferente forma.
Las nuevas perspectivas pedagógicas en la apropiación de la lengua huyen de los procesos donde el alumno es un mero receptor pasivo sin experiencia, subyugado al texto y a la jerarquía de un docente que le instruye bajo órdenes. Acogen sin embargo con agrado, la visión integradora donde se parte de un conocimiento previo y se construye, interactivamente, en un contexto sociocultural que va a determinar el significado que el niño/a da todo el proceso de adquisición de la lectura y la escritura, y por supuesto al sentido de las palabras.
Siempre he pensado que los sucesos de la Vida funcionan en el ser humano de la misma forma que el código que adquirimos con el lenguaje. Es decir, que los hechos que observamos y las experiencias que tenemos representan de alguna manera una especie de código sujeto a una gramática que hay que ir desvelando para poder ir comprendiendo el texto de lo que percibimos. Interpretar un documento escrito o comprender una realidad que vives depende de nuestra capacidad de haber aprendido correctamente a leer los acontecimientos de nuestra vida. Las respuestas a esa interpretación no son en todo caso, el objeto de este artículo.
Este mismo hecho trasferido al mundo de los deportes de asociación, cooperación y oposición, se nos muestra en el desarrollo de las acciones de los jugadores/as. Los códigos logográficos, silábicos o alfabéticos y las normas que rigen su combinación, se transforman en un código sociomotriz sujeto a unas reglas gramaticales específicas que los jugadores deben dominar. La expresión de “saber leer” el juego cobra realmente sentido si efectivamente los procedimientos tecnico-tácticos responden a una normativa sintáctica.
De esta forma podemos comprender cómo existen jugadores que con un limitado conocimiento del lenguaje sociomotor, son capaces de “chapurrear” con mediocres acciones de juego pero entender la conversación táctica con un léxico aparentemente vulgar, pero efectivo.
Los modelos de aprendizaje de la lectoescritura apuestan por un sistema globalizador y que sea significativo para el que aprende, vinculado estrechamente con la cultura en la que vive el sujeto. Los arcaicos modelos silábicos de la P con la A: PA, se traducen en estructuras sin sentido que sólo lo adquieren cuando aparece la idea real de lo que se quiere trasmitir. No se trata de leer, sino de interpretar. Y es por eso que en los modelos de enseñanza de nuestros deportes colectivos debemos alejarnos de las reglas sintáctico-motrices preestablecidas y ofrecer al que aprende unidades con un significado propio que trascienden a la sílaba sin sentido o a la palabra aislada de una frase cuya intención se malinterpreta.
La Vida está continuamente hablando con nosotros pero en ocasiones no queremos escuchar su lenguaje natural y preferimos el artificio de las palabras habladas por el Hombre, falsas expresiones de un código sólo apto para los depredadores más voraces.
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